domingo, 23 de marzo de 2008

AMOR EXTRAÑO por Luis Alcocer

La verdad es que no sé muy bien cómo contar esta historia. Esdifícil de creer y, por tanto, he dudado mucho antes de comenzar arelatarla, pero allá va...:Eduardo era un hombre tímido, excesivamente tímido y retraído...,introvertido, como dicen ahora. Estaba chapado a la antigua: vestíasiempre de oscuro, con chaqueta y corbata, era creyente de misadominical, educado, formal y... soltero.Yo creo, aunque él jamás me habló de ese tema, que nunca habíatenido novia; de hecho, cuando hacíamos en la oficina loscomentarios habituales sobre las mujeres, ya sabéis: "Susana cadadía tiene las tetas más gordas", "El culo de Ana está como paracomérselo a bocados", etc. -lo normal entre hombres, vamos-, él secallaba o, incluso, se apartaba discretamente. Hay quien llegó apensar que era maricón, pero yo que le conocía mejor que nadie,sabía que no lo era, le veía mirar de reojo, muy discretamente, alas chicas y sonrojarse si ellas le dirigían la palabra. Además, élme decía, cuando hablábamos del tema, que su mujer ideal aún nohabía aparecido..., que esperaba a alguien de una delicadeza similara la suya, romántica, soñadora... Con nadie más que conmigo teníaesas confidencias.Hasta aquí todo es más o menos normal, lo extraño comenzó el día enque me dijo:-Alfredo, no creas que me he vuelto loco, pero debo contarte unacosa...-Claro, dime –le respondí.-Me tienes que prometer un silencio absoluto sobre lo que te voy adecir.-Naturalmente, ya me conoces.Dudó un instante:-La máquina de café se ha enamorado de mí.Esbocé una sonrisa, Eduardo nunca gastaba bromas y me habíasorprendido.-No te rías –me dijo-, hablo completamente en serio.-¿Pero cómo no me voy a reír? ¿De dónde has sacado esa idea?Volvió a dudar, parecía estar arrepentido de habérmelo contado.-Me envía mensajes en cada vaso de plástico que suelta cuando metomo un café. Mensajes de amor, cada vez más íntimos y cariñosos.Sabe mi nombre, como voy vestido cada día, hasta mi estado de ánimoa veces...Medité antes de contestarle ya que mi respuesta no podía ser otra:-Mira, Eduardo, los cabrones estos de la oficina te están gastandouna broma, ya sabes como son, y tú te la estás tomando en serio.-No son ellos, es la máquina. Pensé como tú al principio, no soybobo, y probé a sacar café a primera hora, antes de que llegaran, oa quedarme hasta casi de noche, solo, para tomar el café. La máquiname conoce, Alfredo, y me escribe... y me quiere.-De acuerdo, vamos a comprobarlo –le contesté, no se me ocurrió otracosa- sacamos un café juntos y lo veo.Allí, al final del pasillo, nos esperaba la máquina. Yo sabía que noiba a pasar nada especial y que, después, Eduardo me daría algunaexplicación para justificar su pequeña locura.Él se acercó primero, con una moneda en la mano y le dijo:-Éste es mi mejor amigo, puedes decirme lo que quieras, sabe todo lonuestro.Echó la moneda y, tras unos segundos, cayó sobre el soporte el vasocon el café. Eduardo lo leyó primero y, luego, me lo enseño. Casi nocreí lo que estaba impreso en azul sobre el blanco del vaso: "Cuidamucho de él, Alfredo, es muy bueno y le quiero mucho".Me cabreé, la broma me la estaba gastando él a mí:-¡Muy gracioso, Eduardo!..., has preparado la máquina, no sé como,para hacerme pasar por tonto.-No es una broma. No haría eso nunca.-¿Ah, sí?..., espera...Saqué una moneda del bolsillo y la introduje en la ranura. Cayó unnuevo vaso, también estaba escrito: "¿Por qué no le crees?..., ¿y túdices que eres su mejor amigo?".Eduardo acarició suavemente el panel frío de la máquina:-No te enfades –le dijo-, Alfredo es buena persona y muy buen amigo.Cayó otro vaso, esta vez vacío: "Te haré caso, mi amor... No meenfado, perdona".¿Para qué seguir?... La increíble historia era cierta, no cabíaduda. Intenté explicarle a Eduardo que, en cualquier caso, era unarelación sin pies ni cabeza, que no tenía sentido. Él me contestabaque era el amor perfecto, que nunca le habían querido así, sin pedirnada a cambio, sólo por como él era.La verdad es que, aparte lo absurdo de la situación, Eduardo teníarazón, yo hubiera dado cualquier cosa por encontrar una mujerasí..., repito, una mujer no una máquina. Además él era feliz,llegaba encantado al trabajo, sus ojos brillaban y sus corbatas erancada vez más bonitas.Y todo transcurrió felizmente hasta el día en que llegó la maquinadestructora de papel.Me lo dijeron al llegar a la oficina:-Han traído una máquina "come papeles" de esas modernas. Es capazde tragarse más de quinientos folios de golpe.-¿Dónde la han puesto?-Pegada a la de café.A los dos días, Eduardo me dijo:-Estoy preocupado, Alfredo, mi amor me ha dicho que el destructor depapel, ese nuevo, se ha enamorado de ella y está celoso de nuestrarelación.Tuve serias dudas antes de contestar, la situación era surrealista yyo empezaba a cansarme:-Mira, Eduardo, bastante locura supone tu relación para que ahora lacompliques con otro nuevo absurdo... Olvida el tema.Fue la última vez que hablamos, siempre he lamentado no haberlehecho más caso.Llegué tarde al día siguiente, había una ambulancia en la puerta yun coche de policía. Entré alarmado.-¿Qué ha pasado?-No te lo vas a creer, la máquina destroza papeles esa nueva haenganchado a Eduardo por la corbata y se lo ha tragado entero.Me acerqué al final del pasillo; había un charco de sangre inmenso yun amasijo de carne, huesos y ropa en el depósito del destructor depapel.Sin dar crédito a lo que veía, mareado y temblando, me aproximé asacar un café.-No eches monedas, Alfredo –me dijeron- la máquina de café se hafundido, rota del todo... Nos han dicho que traerán una nueva.

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