lunes, 31 de marzo de 2008

Los Otros- Cuento de Andrea Zurlo


Yo-Yo Ma, enfundado en su traje protector blanco con máscara, atravesó con gesto rutinario el alambrado electrificado de seguridad para comenzar un nuevo día de trabajo.Un largo suspiró le empañó el cristal de la máscara, mientras esperaba a que se abriera el portón blindado de acero resplandeciente y que la luz roja de alarma de la frontera dejara de parpadear. El panorama ante sus ojos hubiera sido aterrador para cualquiera pero, después de muchos años de servicio, su estómago y su espíritu se habían fortalecido y ya no sentía ni repugnancia, ni dolor, ni nausea, ni pena, ni culpa.Por alguna razón, tal vez como método de autoprotección, su mente siempre prefería divagar por el pasado obviando la realidad que lo rodeaba. A menudo, pensaba en la buena suerte del señor Shao, su hermano mayor, que vivía en un piso lujoso, del otro lado de la ciudad, con su vida limpia, aséptica y perfecta…¡Por pocos minutos de diferencia! Sí, porque Yo-yo Ma y el señor Shao eran mellizos, pero el señor Shao asomó su cabeza al mundo cinco minutos antes que Yo-yo Ma, decretando su destino.El Gran Nuevo Imperio Chino no admitía más que un hijo. Con cinco mil millones de habitantes no había lugar para más. La ley era clara: en caso de mellizos, si los padres no decidían desembarazarse del segundo niño (un modo burocrático de decir asesinar), éste estaba condenado, desde su nacimiento, a ejercer las labores más humildes, era retirado de su familia y tratado como un paria social, sin derecho a existir; si bien la ley, de manera objetiva y correcta, lo definía, sencillamente, "un Exceso", pero un exceso orgulloso de servir al Gran Imperio.Ahora bien, si miraba a su alrededor, debía considerarse un privilegiado, después de todo él vivía en el Gran Imperio, el único lugar habitable en todo el planeta. Sí, existían los respiradores artificiales, las lluvias verdes, el calor insoportable, el cielo gris…., pero él no había conocido lo que existía antes del Gran Imperio Chino, por lo que era un mundo perfecto así como era, ya que él ignoraba casi totalmente el pasado, porque es sabido que conocer el pasado no ayuda a construir el futuro. Era su abuelo el que le había hablado de los Europeos y de los norteamericanos. Su abuelo, Shao Ma, llegaba con su paso anciano a visitarlo al Albergue de Excesos donde creció. Era un anciano gentil que conservaba una cierta aversión hacia la modernidad y una pasión secreta por el pasado y la historia. Shao Ma no aceptaba las leyes del Gran Imperio, no aceptaba la falta de humanidad implícita en borrar a los niños como si fueran números, o confinarlos de por vida en el área W, de donde nunca saldrían, como su nieto. Lo único que pudo hacer su abuelo por Yo-yo Ma fue regalarle la memoria del pasado. Se sentaban en la pequeña sala de visitas y le narraba historias de tiempos lejanos que Yo-yo Ma escucha deleitado.Por su abuelo supo que los chinos emigraron durante años a Europa y América con la esperanza de enriquecerse, buscando una vida mejor. Se establecieron creando barrios chinos y conservando fielmente sus tradiciones y cultura, dando ejemplo de laboriosidad, sin contaminarse de las malas costumbres de los pueblos con los que tenían contacto. Los europeos eran un pueblo culto y rico, fueron conquistadores, colonizadores, impusieron su ley e hicieron guerras. Los norteamericanos también eran ricos, innovadores, exportaban su forma de gobierno, denominada democracia, y siempre controlaban el buen comportamiento de los demás habitantes del planeta, a fin de conservar la paz. Para estas personas, denominadas "occidentales", el mundo era felizmente seguro, como un balcón tranquilo desde donde observar un desfile, hasta que sucedió el Gran Debacle: dominados por el poder de las famosas y temidas Lobies, los gobernantes transfirieron todos sus bienes de producción al Gran Imperio Chino, premiando los méritos demostrados por este último, y los "occidentales" comenzaron su rápida carrera cuesta abajo. Mientras tanto, aquello que fuera la República Popular China se convirtió en el Gran Imperio Chino y, con una política de expansión sin precedentes, conquistaron las tierras a este, oeste, norte y sur de sus fronteras, impusieron su religión, sus leyes y su tiranía, el único modo de dar paz a un pueblo. "¡Para qué le sirve a uno saber que existieron los europeos! Para nada", meditaba Yo-yo Ma al tiempo que preparaba su equipo de trabajo. ¿Para qué les sirvieron a los europeos sus tan mentadas luchas sociales y sus derechos humanos, si fueron cancelados en un plif plaf? Era obvio que los europeos sufrían de alguna forma de autolesionismo que provocó su triste fin.Los norteamericanos, en cambio, reaccionaron e intentaron protegerse a su manera: se rodearon de muros y de escudos espaciales para defenderse, pero no consiguieron evitar la conquista económica, que, después de todo, es la única que cuenta. Además ya quedó ampliamente demostrado que los muros y las murallas no sirven para mucho. Por ejemplo, el Imperio había reforzado la Gran Muralla occidental con todos los medios de destrucción más letales; sin embargo, los pordioseros, los Otros, como los denominaba burocráticamente la ley del Imperio, seguían llegando y muriendo en las puertas del Edén.Yo-yo Ma miró a su alrededor antes de accionar el láser desintegrador."Europeos", se dijo observando los cuerpos que se apilaban sobre el suelo hi-tech de aluminio. Los conocía bien. Llegaban de a millares para morir allí, en la cámara de gas que rodeaba la frontera con Europa, desde los Urales hasta ese lago viscoso y verdoso, denominado con gran pompa "Mar Mediterráneo".Un dejo de lejana e impersonal compasión velaba el ánimo de Yo-yo Ma cuando recordaba las historias de su abuelo, pero su espíritu se había endurecido de mucho desintegrar cadáveres occidentales amontonados en pilas desesperadas y, después de todo, eran solamente "los Otros", esos que no somos nosotros. Era su trabajo.De repente, un murmullo lo distrajo. Procedía desde bajo algunos cuerpos. Yo-yo Ma estaba seguro de que eran de esos que clasificaban como alemanes, o algo así. Utilizando un lanza apartó los cuerpos. Una joven de largos cabellos rubios y ojos increíblemente azules lo observaba aterrorizada y murmuraba palabras ininteligibles. Yo-yo Ma permaneció unos instantes encantado, mirando esos ojos azules, tan azules como decían que alguna vez lo había sido el cielo, y ese cabello dorado que ninguna mujer china podía permitirse sin parecer ridícula. Era hermosa, diferente y muy joven. Habría querido decirle que escapara, pero, ¿dónde?, ¿dónde podría esconderla? Le estaba prohibido tener una mujer. Un Exceso no podía copular ni reproducirse, y muchos menos con una inmigrante clandestina. Hubiera querido preguntarse si era justo, si su abuelo Shao Ma estaba en lo cierto, también los chinos habían emigrado…¿entonces?Prefirió no hacerse más preguntas. Como es bien sabido, el Gran Imperio Chino no perdona la traición.Yo-yo Ma cerró los ojos y apretó el gatillo del láser. No se volvió a mirar, sólo se reconfortó pensando que había sido indoloro.

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