viernes, 7 de marzo de 2008

La caverna de las velas: cuento de Lola



Pisss, pissss…

Ulises, escucha…

Me volteé, no había nadie a mí alrededor, y por supuesto yo no me llamaba Ulises…

De pronto la vi, su cabeza parecía un espejismo entre las olas. Era una joven, con el pelo rojo de algas marinas, que me miraba sonriente desde el agua. Me atrajo, a que negarlo, me atrajo de unamanera extraña…

-¿Me llamabas a mí? , yo no soy Ulises, que conste.

-Sí que lo eres y yo soy Nereida, aunque no lo recuerdes.

-Alucinas, chica, nunca he pisado estas playas, nunca he sido esa persona que mencionas, ni aún en sueños.

Nereida me miró con ojos sombríos, había una suave transparencia en sus palabras mientras me decía:

Cada periodo de años, muchos, te lo puedo asegurar, tengo permiso para salir a buscarte, necesito contarte un secreto, si es que quieres escucharlo.

-¿Qué secreto?, -me intrigas, no puedo evitar que despiertes mi curiosidad.

-Mañana a esta misma hora, ven a este lugar, y te llevaré a visitar "la caverna de las velas", allí sabrás toda la verdad…

Esa noche no dormí, juro por el cosmos que no dormí, el pelo rojo de Nereida, sus palabras, la sinceridad de sus ojos de indescifrable color, me hicieron imposible poder descansar. Nuestra conversación había hecho mella en mi ánimo y necesitaba saber más…

Yo me llamo Juan, no Ulises, y vivo en el corazón de Castilla (España), siempre me ha atraído el mar: ¡tiene tantos misterios ocultos en su seno!, pero… nunca pensé que en las costas de Zanzíbarme fuera a ocurrir algo tan insólito…

-Debe ser una turista loca, -pensé, tratando de olvidar el tema-
.
Al día siguiente acudí a la cita, por curiosidad más que por otra cosa: el sol, anaranjado y hermoso, estaba a punto de sumergirse en el horizonte. Nereida, o cómo fuera que se llamase aquella desquiciada, estaba exactamente en el mismo lugar que el día anterior: era bella, a qué negarlo, pero el influjo que desprendían sus ojos fue lo que me hizo perder la razón…

-Has venido, Ulises, gracias. Desnúdate y ven hacia mí, por favor.

Me desnudé como un autómata y comencé a caminar hacia ella adentrándome las aguas. Me tomó de la mano: su tacto era frío pero cálido a la vez…

-No temas y déjate llevar,- me susurró Nereida cerca de mi oído.

Acto seguido dio un salto, y se sumergió en las aguas arrastrándome con ella.

–Esta loca quiere ahogarme, - pensé -, pero, para mi sorpresa, respiraba perfectamente bajo el mar.

Nereida no tenía cola de pez,- pensamiento que había atravesado mi mente-, era un mujer completa con un minúsculo bikini color arena; tiraba de mi mano, con una fuerza inusitada, a través de un paisaje bellísimo dentro de las profundidades marinas: anémonas con luz, y corales de raras y perfectas construcciones, nos rodeaban. Peces extraños de todos los tamaños y de colores imposibles nos rozaban la piel sin ninguna clase de temor.

Me sentí fascinado, he de reconocer que por mi mente pasaron mil conjeturas: ¡aquello no era real! Nos metimos por una estrecha abertura entre las rocas y ascendimos a la superficie hasta que nuestras cabezas emergieron del agua.

Entonces la vi: "la caverna de las velas", y su magia atrapó todos mis sentidos. Casi tengo la certeza de que en ese momento me convertí, de repente, en Ulises. Era inmensa y estaba iluminada por cientos, mejor, miles de velas blancas.

Nereida me miró y sonrió: tenía una sonrisa tan cálida que dolía en el pecho. Con agilidad se subió a una roca plana que había frente a nosotros, y alargando sus manos me invitó a unirme a ella.

-Ven, Ulises, déjate llevar, olvida todas las trabas y barreras del mundo exterior…

Pero yo estaba desnudo, sentía pudor, -si ya sé, un hombre sintiendo pudor…-, y además estaba muy confuso. En la caverna había media docena de seres, -mitad hombre, mitad pez-, que nos observaban en el más completo de los mutismos. Uno de ellos se adelantó y me ofreció un lienzo blanco. Lo miré con cara de agradecimiento, salí del agua y me lo puse alrededor de la cintura. Me instalé en la roca junto a Nereida y ella me aclaró:

-Son seres del intra-mundo, no los temas, son extraordinariamente sensibles y muy inteligentes, pero no tienen cuerdas vocales para emitir sonidos.

Varios de ellos depositaron ante nosotros bandejas de nácar repletas de flores y frutas que yo no había visto jamás; también un recipiente que parecía una burbuja grande y que estaba lleno de un líquido color azul.

-Es la bebida del conocimiento, Ulises,-me explicó Nereida-, mientras ponía entre mis manos una especia de cuenco hecho de coral rosado. Estaba extrañamente sereno, ya no me importaba nada. Los hombres-pez empezaron a soplar unos instrumentos que me recordaron a las flautas: era una melodía que se te introducía por la piel, la sentías subir y bajar como si estuvieras dentro de un tobogán. Nereida tomó su cuenco y se lo bebió, yo la imité…

La cercanía de aquella mujer tan extraña, me incentivó entero: creía conocerla de siempre y a la vez no sabía nada de ella. Se acercó más a mí y me dijo:

-Estamos en la parte mágica de tu mundo, pero hay otros mundos, muchos más Ulises, tu siempre lo has sabido y has deseado encontrar la verdad. Esa verdad que se halla en los secretos de los abismos del mar; en las profundidades de la tierra; en las estaciones, en los sueños, en los volcanes, en las ramas de los árboles, en el viento…

Nereida pegó su boca a mi oído y comenzó a hablarme en un idioma que yo no podía entender, pero que mi mente captaba a la perfección. Me lo contó todo, todo…, las piezas empezaron a encajar en mi cerebro. Perdí el sentido del tiempo y la percepción del lugar en que me hallaba; se nubló todo a mí alrededor, creo que me desmayé…

-Señor, Señor, despierte, un poco más y se lo lleva la marea. Son las doce de la noche: ¿qué hace desnudo al borde del mar…? está enfermo, necesita ayuda?

Enfoqué mis ojos hacía la luna y hacia el nativo de piel caramelo. -¿Dónde estás, Nereida?, pensé…Entre mis manos tenía fuertemente aferrado una especie de cuenco de coral rosado, aún lo conservo, en su base descubrí grabados unos signos extraños: sé que pone Ulises…

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