domingo, 9 de marzo de 2008

El camión de la basura: relato de Micaela





Está oscureciendo; yo debía estar recorriendo la calle Fuente Vieja en lugar de encontrarme aquí, abandonado y triste, sin más compañía que la de otros carcamales que como yo, esperan ser desguazados cualquier día. Me voy a presentar aunque sé que a nadie le importa quien soy ni a qué me he dedicado. Soy el camión que hasta el día de ayer recogía la basura de la calle Fuente Vieja. Sí, he hecho ese recorrido nocturno desde hace cinco años siempre conducido por Manuel y acompañado por Tomás y Claudio que eran los encargados de vaciar los contenedores.

Manuel es un hombre bajito de anchas espaldas porque, según ha contado él mismo, de joven hacía mucha natación; le he tomado un gran cariño, siempre se portó bien conmigo incluso en los momentos en que yo afanaba al subir la empinada cuesta. En cuanto a Tomás y Claudio, no me son simpáticos, se quejaban continuamente de mi lentitud y más de una vez les oí comentar a Manuel:

─A ver cuando solicitas un camión nuevo y te libras de este trasto. Yo he hecho grandes esfuerzos por cumplir con mi cometido pero al final me fallaban las fuerzas y solamente lograba moverme gracias al buen trato de Manuel. Sobre todo ayer que fue mi último día, me costó arrancar; no sé porqué me encontraba agarrotado y cansado, hacía frío y toda mi carrocería temblaba.

─Vamos, amigo. No me digas que me vas a fallar el último día que estaremos juntos.

Estas palabras de Manuel me dieron la energía suficiente para renquear cuesta arriba y cumplir con el viaje de despedida. Si
hubiera podido hablar le hubiera dicho lo mucho que le quiero y le habría expresado mi eterno agradecimiento.

─Todavía tenemos que usar este cacharro ─gruñó Tomás.

─Si no nos deja por ahí tirados... ─remachó Claudio.

─Estad seguros que no nos dejará tirados. Se portará bien hasta el final.

"Gracias Manuel por confiar en mí incluso cuando yo mismo dudaba de mis fuerzas". Me porté bien. Subí la cuesta haciendo las paradas de costumbre:

La casa de Marta estaba cerrada porque han ido a casa de sus padres, su hermano está grave.

José, como todos los días, esperaba a que pasáramos fumando, en la ventana; siempre protesta porque le molesta el ruido que hacemos y no puede dormir. "A ver cuando cambiáis de cacharro y hacéis menos ruido", fue su frase de despedida. El contenedor de la esquina antes de la curva, estaba como de costumbre muy vacío, en esta zona vive gente humilde. Sin embargo el contenedor del recodo lleno hasta los topes; según comentan Tomás y Claudio es porque tiran muchos desperdicios de la huerta: naranjas podridas, hortalizas secas, ramas de podas. Arriba en lo alto está la casa grande, la última del recorrido; desde hace un año hay nuevos dueños y ya no hago el recorrido por la finca entre árboles y plantas bonitas. Era un delicioso paseo que suponía para mí como un premio después de la empinada ascensión. Al llegar a la casa vaciábamos el cubo y salíamos. Parece ser que a la actual señora no le agrada mi olor y han decidido cerrar la cancela de abajo; doy allí mismo la vuelta para comenzar el descenso.

Ayer, cuando llegué a la altura de esta finca y vi la cancela cerrada, me hubiera gustado pedirle a la señora que me dejara dar un último paseo por la carretera de la finca, subir hasta arriba entre naranjos y limoneros oliendo a azahar y allí pedirle disculpas por mi mal olor y decirle adiós. Sin embargo Manuel dio la vuelta y
comenzamos a bajar:

─¡Vamos trasto! ─gritó Claudio dando un tremendo golpe en la carrocería.

─Cuando lleguemos al vertedero te diremos "hasta nunca" ─apostilló Tomás.

Los dos rieron, no así Manuel que estaba serio y hasta me pareció que acariciaba el volante. Si no fuera por él les hubiera dejado tirados en lo alto de la cuesta; pero seguí hasta el vertedero haciendo un postrer esfuerzo que me costó quedar allí clavado sin poder moverme.

Llovía a cántaros y hacía frío. Tomás y Claudio se vistieron los impermeables y se alejaron corriendo. Manuel me acompañó un rato haciendo un recorrido visual por todo el interior de la cabina y hasta me pareció que tenía los ojos vidriosos. "Viejo amigo, me dijo, ya no puedes más". Dio dos palmadas en el volante y salió despacio cerrando con suavidad. "No te vayas todavía, por favor". No me oyó y se alejó con paso lento.

Me imagino que ahora con el camión nuevo el recorrido será más rápido y no correrán el peligro de que se les quede en mitad de la cuesta. Hasta es posible que Manuel ya no se acuerde de mí al notar entre sus manos el nuevo volante y hasta la señora de la casa grande dejará subir por el camino de la finca al nuevo camión que olerá a limpio...

El agua está cayéndome por toda la carrocería, siento mucho frío en la noche más negra de mi vida, quizás ya estoy muerto.
No sé el tiempo que ha pasado pero creo que está alboreando. Noto la luminosidad del nuevo día, también lluvioso, y hago un esfuerzo por caminar, todo imposible. Alguien se acerca hacia mí. Son dos hombres. Uno es Manuel, mi gran amigo.

─Tienen que estar por aquí ─comenta a su compañero─, quizás en la guantera.
─¿Me vas a llevar contigo? ─grito desesperado.

─Aquí están ─dice sin oír mis súplicas mostrando unas gafas.

─Pues has tenido suerte porque si lo llegan a desguazar te quedas sin gafas ─comenta su compañero.

Se alejan bajo la lluvia, antes de doblar la esquena Manuel se vuelve:

─Espera un momento- ─dice a su compañero.

Llega hasta mí. Saca su pañuelo y limpia las gotas de agua que resbalan a lo largo del parabrisas: "Yo también estoy emocionado, amigo" y se aleja para siempre.

2 comentarios:

Camila dijo...

Como en mi casa he leído la mayoría de los libros que hay, empecé a leer por internet diversos tipos de relatos. A mi me gusta cuando llego del trabajo y me tiro junto al calor de la estufas electrica y comienzo a leer

Silliam dijo...

Qué lindo relato...lo acabo de leer y mi pequeño quedó dormido...siempre me pide cuentos así. Hoy eligió camiones de basura!