jueves, 27 de marzo de 2008

PEQUEÑA TITA por Alix Elena Rosales-Fazio

"Los inútiles, en rutas absurdas,
han dejado olvidados los balcones
donde cuaja el rocío."
Carmen Amaralis Vega

Tenía la mirada lánguida y se le asomaban sus dos grandes incisivos delanteros. Una mueca de burla o de desconsuelo. Estaba rígida, como acusándome, y en ese momento no supe de qué, pero esa imagen se quedó en mí, perpetua como un tatuaje de la memoria, como si ella y yo, que ya vivimos tempestades, tuviera algo más que cargarme. Y eso que para entonces se destilaban algunos rayos de sol en el firmamento escondido de nuestros días de complicidad.
Su muerte fue un infortunio. Creo que fue eso lo que me querían decir sus ojos. Hoy comprendo cuáles fueron los otros motivos que hubiera tenido para recriminarme. Por eso su recuerdo me conmueve, aunque las lágrimas tienen otro significado, son como un parpadear sublime del afecto.

—¡Libérala!
—¡No! – me opuse.
—No lo sabes, no puede vivir en cautividad...

Camila insistía, pero yo no quería complacerla. Era una de las pocas cosas que me daba alegría al volver del trabajo, al encontrarla por las mañanas allí, ágil e inquieta, observándome con sus profundos, agudos y brillantes ojos negros. La perfecta Camila, un epiteto llevado con prez, para quien se proclamaba amante de la vida natural y de los animales. El desdichado animal no deseaba su libertad, tal vez quería sólo liberarse de mí.

Recuerdo una lejana noche, alrededor de las doce, cuando oí ruidos en el patio de la casa. La curiosidad me roía, pero me dije: "mañana veré de qué se trata". No quise asomarme por la ventana de la habitación y me quedé dormida nuevamente. Al día siguiente me encontré con una jaulita hecha artesanalmente sobre el lavadero. No podía creerlo. Se trababa de un hermoso animal, el que más tarde me donaría muchas horas de observación, y se convertiría en un fiel amigo. ¡Qué novedad para mí! Nunca fui una niña afectuosa con los animales y menos en edad adulta. Camila, desde siempre, fue una especie de embajadora de buena voluntad, con un proyecto de vida serena, exitosa, tanto profesional como privada. Y qué decir de Tita, no se si merecía llamarse así, porque nunca supe cuál era su sexo. Para mí fue hembra, hembra como yo, así que la llamé Tita sin más. Esa misma mañana los ladridos del perro me atrajeron, por eso fui hacia el patio trasero y la sorpresa fue doble, encontré un enorme perro negro atado con una cuerda a la empalizada. Era un cruce de razas, alto y flaco y con la mirada de miel. ¿Cómo diablos llegaron estos animales aquí? –me pregunté.

Mi hermano Benjamin se acercó y me preguntó:
—¿Te gusta?
— ¿El perro?...No. No me gustan los perros, lo sabes.
— ¿Y... la has visto?, la puse en la lavandería.
—¡Ah!.. sí,...esa sí que me gusta, y mucho. Es adorable. Pero, ¿de dónde los sacaste?
—Ayer jugué una partida a las cartas y una de las personasque perdió me pagó con los animales. Yo no los quería, pero él insistió en que me los cogiera. Creo que estaba harto de ellos. También pensé en que serían un problema, mamá no desea la improvisación de ocupaciones ya que el trabajo no se lo permite. Es probable que se enfade conmigo...
—¿Y si no los quiere?, ¿y si no los acepta?. ¿Y tú, perdiste mucho dinero? —dije insistente como de costumbre lo hago.
— Si la quieres, es tuya. Eso fue lo único que me respondió. Dio la vuelta y se fue.

Desde aquel momento la adquirí, como si fuera un objeto de intercambio. Tita reflejaba el mismo dolor que me invadía. Tenía un brillo en sus ojos que traducía mi rabia y mi hostilidad, a veces conscientemente y otras veces no. Era difícil dominarse en ciertas circunstacias; porque me sentía fatal y el mundo seguía girando, ignorandome. Era una preda del abandono, de una traición y no sabía qué hacer ni cómo sobrevivir. Quería matar al insecto que ronroneaba dentro y fuera mí, quería aplastarlo, destruirlo, pero el insecto seguía sobrevolándome, macerando mi odio y yo inerte con el matamosca en mano.

Cuando volvía a la casa después del trabajo, me topaba con el vacío. Mi madre trabajaba hasta las nueve de la noche, mi hermanita menor andaba en sus delirios adolescenciales, cantando, hablando horas interminables por teléfono con sus amigos, haciendo sus deberes escolares y otras vaguedades. Mi hermano llevaba una existencia muy movida: fiestas, novias, materias aplazadas en la universidad...Y mi otra hermana iba a la universidad en otra región. Nadie me esperaba para tomar un café o ver la tele o para preguntarme: ¿cómo te va?...¿Y mi padre? Brillaba por su ausencia, se había casado de nuevo y construyó otra vida, en otra ciudad a cuarenta y ocho horas de viaje por carretera ¿Quién estaba allí para consolarme, quién me entretenía después que estaba cansada de navegar por el mar de mi soledad y el de internet?
Tita, solamente.

Releí, en mis tiempos libres —ese tiempo dedicados a él y sus manías- casi todas las obras literarias que tenía en la casa; los clásicos y los contemporáneos. Al acabarlas compré otras y me convertí en una lectora compulsiva. Ninguna historia que leyese, nueva o vieja, me borraba de la mente la mía, mi estúpida historia. Sentía el destino de los personajes que se me pegaban a los pellejos de mi ansiedad. ¡Total neurosis! En la librería alguien leyó mi propia diagnosis en mis ojos y me recomendó los libros de autoayuda: "Sea feliz"... ¡Qué basura!. Yo no encontraba ni mi risa ni las ganas de sonreir, entonces ¡al diablo! Después dejé los libros.
Mi creatividad se encendió por un tiempo junto a mis deseos de hacer cosas que jamás había hecho. Compré ángeles de cerámica, en crudo, y me pasaba el tiempo en decorarlas, inventándome las técnicas de pintura al frío. Hice muchas que ya no quedaba estantería donde no colocase una. Pero ningún angelito era más tierno que Tita, la saltadora. Compré revistas de manualidades, hice cojines, manteles, miles de manualidades, que me ocupaban las noches insomnes. Pero esa llama que me ardía por dentro no se mojaba con la lluvia de deseos que albergaba en mi buen sentido y mis firmes propósitos. Me decidí por el culto del cuerpo. Ejercicios, dietas localizadas, masajes, fangoterapias, sauna...Todo lo que estaba de moda para ponerse en forma y adquirir un poco de autoestima de la buena y aliviarme del dolor que gobernaba mi mundo. Me trasformé en un anchoa salada y seca. Muy en buena forma. ¡Qué malas costumbres se me quedaron empegostadas en el alma!, ¿cómo era posible?. Uno no se da cuenta que ha perdido no sólo el objeto del deseo, sino también sus propios gustos, sus perspectivas, acaba por aceptar los gustos, modos de hacer y de vivir, las inquietudes y las perspectivas de otro, como si fueran las suyas. Somos como las ocasiones y nos llenamos de ellas. Mi pensamiento, trillado de lugares comunes, con la única necesidad de alimentarme de pretéritos.
Y Tita a mi lado, acompañándome en los atardeceres cuando más me jorobaban los recuerdos, sin libros, ni bordados, ni cafés; sólo compañía.

Tita y yo cantábamos viejas canciones de los 60' y 70' mientras yo hacía las faenas de la casa: lavaba la ropa, planchaba o rastrillaba las hojas secas del patio. Ese terreno abierto y fértil que representaba un válvula de escape de la casa, pesada y derrumbada en mis hombros. El patio, una comunidad de frondosos árboles donde moraba Tita bajo su sombra y yo debajo de ambos, en el subsuelo. Cantaba a todo pulmón para apagar las voces de adentro y ¡mi Tita ahí, que casi casi me aplaudía las extraordinarias interpretaciones! Era mi espectadora preferida. Y el perro negro, pobrecillo —que al final fue adoptado por mi madre- por su parte, entonaba aullidos escuchando mis melodías, creo, que mis ejecuciones representaban una tortura nacista para él y para Tita, naturalmente.

A Tita yo la alimentaba con los almendrones*, con las semillas de nísperos, zapotes*, los huesos de los mamones*, con mangos tropicales del patio. Porque no siempre se encontraban nueces, avellanas y las almendras, por mi región se veían en los mercados sólo para navidad y a precios de importación. Donde vivíamos no prosperaban muchas coníferas. Entonces ella me mostraba su dientes enojados cuando yo le daba otros frutos, y me agredía la mano. Yo no podía complacerla siempre, pero me esforzaba. En cambio yo, de buenas a primeras, ofrecía una mesa colma y no llegaba nadie para saciarse de mis manjares. Me agredía de muerte el hecho que nadie se esforzaba por mí, ni por mis sentimientos. La pobre Tita ignoraba que le hacía pruebas y experimentos, imaginaba que si probaba otros alimentos, distintos, podrían agradarle y acostumbrarse. Sabía, que los de su especie podían autoadaptarse al encierro y pensé, ¿quizás podría acostumbrarse a una alimentación variada? La estaba tratando como al perro, al que mi madre le daba arroz, pan, plátanos asados, cualquier cosa que sobraban de la cocina y él gustoso los devoraba. Tita no, ella era caprichosa y no cambiaba facilmente sus hábitos. Hasta en esto eramos almas gemelas, no bailábamos al ritmo que nos tocaban. Aunque creo que yo me hubiera conformado, si señor, ¡conformada con las sobras!, aunque al poco tiempo, tal vez, hubiera mostrado mis dientes y hubiera mordido manos.

Tita emitía extraños ruidos, estridentes, los que yo interpretaba como un llamado de la selva, la que llevamos todos dentro. A veces me veía llorar a torrenciales lagrimones frente a su jaula, sospechaba telepáticamente los porqués de mis estados de ánimo. Algunas veces era porque lo había encontrado de nuevo, otras, porque lo veía por la ciudad, dando vueltas, diviertiéndose, conduciendo nuestro coche (o el que fuera nuestro). Tita estaba allí, conmigo, aunque de cabeza para abajo, acrobática, pero conmigo.
Cómo aceptar, ¿por dónde empezar a aceptar la realidad?. Mi cerebro se rehusaba a asimilar y digerir. Mis pensamientos comenzaban a echar para afuera por lo poros, por los capilares, por mi ADN esa selva maldita que habitaba en mí. Los brazos de los pensamientos se convertían en trenzas y se enlazaban con mi cuerpo. Entonces comenzaba a fantasear, a imaginar un plan: "...¿y si me valgo de algún amigo en común?; ¿y si... no me alejo de todo y estoy siempre alli, como la amiga incondicional, y me gano su afecto de nuevo? ¿Y si se arrepiente?.. Y si, y si...y si...perverso condicional de hipotesis inconclusas. Pensaba que él y yo, al final, eramos iguales: en soledad, en silencio, en el cultivo del intelecto, nos gustaba actualizarnos cada uno en lo suyo. Nos gustaba ir al cine continuamente, veíamos la tele satelital (y no la otra que considerabamos del subdesarrollo). Para nosotros pasar los domingos en pijama era el hobby preferido, como navegar en internet. Amabamos la misma ciudad, nuestros trabajos...y con un futuro decidido: ¡sin hijos!, sólo tiempo y espacio para nosotros. En fin, todo parecía que funcionaba, que era perfecto, o casi perfectivo, como los tiempos compuestos del verbo. "El pero..." no es solamente una conjunción adversativa, era una realidad insoslayable, "un pero" siempre es un pero importante. Siendo asi, ella apareció, como "pero", espectro de su pasado juvenil y removió el suelo de mis sueños en común, en la misma casa de la periferia, alteró el cauce de las cosas, la coherencia y la cohesión.

En los ratos infinitos en que me secuestraba la angustia, cada rugido de mi selva tramaba cómo deshacerme del obstáculo. Planificaba una posible venganza, una incierta reconciliación, un dudoso perdón; y programaba la cuenta nueva. Todo era una posibilidad como en tiempos del subjuntivo. No encontraba el plan justo, ni las estrategias. No tenía un poder mental para crearlo y ejecutarlo. Pensaba y repensaba como inventarmelo y el muy escurridizo plan se me iba de las manos, a penas intentaba ejecutarlo. Era igual que Tita, escurridiza y me agujetaba con sus uñas malignas. Todo esto junto era como una gran manta de patchwork que hacía de mis noches noctámbulas perennes, las angustias esparcidas en la cadena de eventos de mi ser. Me convertí en una cazadora de oportunidades y no buscaba mi oportunidad, entonces caminaba en círculos entre la tragedia y el dolor, tristeza y abandono. Ganaba la obsesión.

A diferencia de Tita, mi entrañable e íntima Camila no estaba al corriente y yo no me atrevía a contárselo; además que no quería ni su compasión ni su pena. No quería que me viera morir de envidia por su vida organizada y perfecta. Me avergonzaba de mí misma, a la vez que me asustaba mucho el sentirme así de desesperada. Vivía aterrada de mis miedos, de mis angustias y mientras los analizaba me desesperaba de nuevo. No quería ofrecerle a Camila, ni a nadie un espectáculo tan ridículo. Camila, ¡ vaya presunción la suya!, pretendía que yo dejase libre al único ser que me seguía de cerca, mi pequeña Tita. Camila no se daba cuenta de nada o tal vez ignoraba por comodidad, porque se mantenía muy ocupada ejerciendo su protagonismo, poseía todo lo que yo hubiera querido para mí: el marido que la amaba, una hija que yo hubiera deseado (en esos incontrolables deseos nuestros de tipo siamés) su casa, y quizás hasta el perro. Lo reconozco, estaba bajo los efectos de una psiquis maligna, vestida de luto y sin remedio. Me sentía indigna, ahogada en mi desprecio, depresiva, con ansias de venganza, de castigo, en fin, viviendo minuto a minuto mi muerte interior.

Una tarde, a mi regreso del trabajo, encontré la jaula vacía. No podía asimilar lo que estaba sucediendo, también Tita había alzado el vuelo... Los árboles tramaron junto a ella su fuga. Pasó por lo brazos del almendrón, por el níspero y se fue hacia el mamón... ¿y de alli?...No sé adonde. Pero, ¿quién le abrió la jaula? ¿Era tan astuta como para abrir la jaula por si sola?. Inmediatamente imaginé que era una broma de mi hermano, que la habría escondido él. Pero la verdad fue otra, ninguno de la casa sabía nada de ella. Nadie por quién molestrase, uno de menos.

Al siguiente día, llegó la noticia. Vino Julián, el hijo de la vecina de diez años, con Tita envuelta en un paño rojo. Era su féretro. Había muerto acosada por los chicos del barrio. Tenía su mirada lánguida, la larga cola oscilante, estaba fría y llevaba una expresión que me decía no sé qué. Le hice un funeral en el patio, la cubrí con un manto de tierra y junto a ella enterré también parte de mi dolor, porque, mágicamente, las llagas incurables que sentía, se habían ido cicatrizando, sin darme cuenta. Tita se llevó con su recuerdo una parte de mí que estaba putrefacta. Él se había ido, era verdad, pero se ha había llevado consigo a sí mismo, no una parte de mí, ni de mi mundo, ese mundo ficticio construido con sus mentiras, ese fue el que se derrumbó. Fui yo quien se quiso sepultar viva en el conjunto de sus promesas muertas. Me quedé por mucho tiempo observando al microscopio cada detalle de la relación, para comprender en qué había fallado, como si le pudiera remendar el hueco, descosido. Pensaba que era injusto, y que yo no merecía quedar fuera de sus planes, si yo lo amaba hasta el punto que, de mi vida amaba sólo a él y me parecía que no sabía hacer otra cosa, y como todos los sentimientos inútiles obstruyen el razonamiento, me dejé ir por los caminos donde no se encuentraba nunca una salida. Acrobacias espectaculares tiene uno que aprender a hacer para salir airoso y encontrar la verdadera salida. Tita, la acrobática, las sabía hacer y yo la imité. Salté la onda del tsunami y no supe cuando llegué a tierra firme. Lo importante fue que llegué.

Supe que fue Camila quién le abrió la puertecita a la jaula de mi ardilla (¿o ardillo?, todavía no lo sé), a escondidas, como una manipuladora del destino. Comprendí que no es el tiempo sino la determinación la que conlleva a modificar cualquier estado de depresión, es el mejor remedio contra la traición y la cura contra el sentimiento de abandono. La solución es, simplemente, llevar una vida bien vivida, plena de si, pedaleando cada quien su propia bicicleta, moldeando el futuro con lo que se tiene: la vida llena de sobresaltos, emociones, dolores, placeres, alegrías, amores, sueños por alcanzar... Es todo cuanto nos basta.
*Especies de árboles de Venezuela mencionados:
Almendrón: Terminalia Catappa Linn
Mamón: Melicocea Bijuga L.
Zapote: Calucarpum sapota/ pauteria sapota
Nispero: Manilkara anchras

2 comentarios:

Crisalida dijo...

¡EXCELENTE CUENTO... FELICITACIONES!
Me encantò tu relato, puès me atrapò, por estar cargado de buenos sentimientos sobre todo esos sentimientos que casi nadie demuestra hacia los animales, tu relato da cabida al despertar que todos debemos tener hacia todos los seres vivos del mundo.
Crisàlida Rosales, desde Caracas, Venezuela.

Unknown dijo...

Este cuento hace viajar y sonar!verdaderamente agradable y placentero!
Meche