domingo, 23 de marzo de 2008

LUNA LLENA por Rosa Arroyo

Sintió la luz blanca penetrando por la ventana y no pudo resistir la tentación de asomarse para contemplar una luna redonda, preñada de luz, inmensa. Era la misma luna que había observado durante años y a la que había aprendido a imaginar sonriendo cuando le visitaba la tristeza.
No supo porqué, precisamente esa noche de verano y en aquel instante, vinieron con tanta claridad los pocos recuerdos ya lejanos que guardaba con sigilo en su memoria...

Percibió en su pecho, como entonces, el miedo que sintió la primera vez que fue a la escuela: su hermano le sujetaba fuertemente la mano y ella se escondía tras él observando, desde sus ojos infantiles, enormes mariposas flotando en el aire, paredes de madera con dibujos a los que le costaba adivinar su sentido y niños y niñas que la miraban con curiosidad y que tanto la cohibían. Pero él estaba allí, a su lado, transmitiendo la seguridad y el aliento que ya no la abandonarían el resto del curso ya comenzado.
Del verano de aquel año, evocó el primer chicle de fresa que le escoció en la boca, y la risa de su hermano, grande y cariñosa, mezclándose con aquellos ojos oscuros que se achinaban constantemente con la alegría. Y su mano, siempre su mano, apretando la de ella, peinando el pelo revoltoso, acariciando su cara...
La última vez que le vio estaba postrado en la cama. Tenía sobre su frente un paño blanco empapado de agua y su rostro era un lamento enmarcando un rictus de ruego: los ojos vidriosos supuraban llanto seco, su boca emitía pequeños quejidos de niño dócil, y su frente inteligente había perdido la fuerza de hermano mayor que siempre ofrecía seguridad.
Le tuvo agarrada la mano hasta que la arrastraron fuera de la habitación después de suplicar llorosa que le dejaran darle un beso, sintiendo en sus labios la piel fina, enfebrecida, ardiente, que no la abandonaría en muchos años.
Aquel mismo día la llevaron lejos de casa. En el camino, prometieron que su hermano se curaría, que necesitaba ir al hospital, que pronto volvería a jugar con él...


SIN retirar la vista de aquella cara redonda que la inundaba de brillos, las remembranzas de aquel tiempo se le agolparon a la mujer en las sienes con la fuerza de un mar tempestuoso sin evitar frenarlas como tantas otras veces.


EL regreso a casa tras dos días fue de noche. Nada más entrar por la puerta corrió a la habitación de sus padres en busca de su hermano, pero no lo encontró. Fue estancia por estancia mientras le llamaba en voz alta, pero no respondió nadie. Sólo silencio.
Su madre estaba sentada en una silla frente a la ventana que daba a un pequeño campo, entonces deshabitado, que pertenecía al Ejército de la Marina y que les regalaba, en veranos como ese, olores a espliego y canciones de grillos.
Se subió a horcajadas en su regazo y, mientras le pasaba distraída su dedo por la mejilla para jugar con una lágrima, le preguntó:

-Mamá, ¿dónde está el hermano?

Su madre, reteniendo un sollozo, respondió:

- En el cielo.

Y al mirar por la ventana lo único que vio en aquel cielo oscuro fue una inmensa luna llena.


LA mujer, todavía se encontraba abstraída por la luz que se colaba por su ventana cuando una nube espesa cubrió el nácar que la tenía hipnotizada y sonriendo levemente, con lágrimas cuajadas en los ojos, contempló como unos rayos finos, simulando largos brazos, luchaban desesperadamente por atravesar el denso gris para alcanzar su cara, su pelo, sus manos...

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