jueves, 6 de marzo de 2008

Devora: relato de Atho



He tenido un extraño sueño. No sabía dónde estabas, a veces te llamaba, a veces me enfurecía; no sabía si regresar a ti. Me sentía demasiado solo. El caso es, que, te veía en París cuando huiste sin decir nada. La soledad la he hecho mía; no me importa volver o no; creo que ya no te quiero; mi novia es la soledad; no vengas ahora a mis sueños; no podría decirte lo que te quise; eres del pasado; todo es inútil; estoy muriendo sobre las huellas de nuestra pasión. Pasé días inolvidables, de intensa vida amorosa; hiciste sentirme importante; nuestra relación afectó muy profundamente a mi personalidad; no lo tenía previsto; después, en algún momento, todo fue nada; nada me importaba, y eso, eso me hizo darme cuenta que iba contra mi destino. No quiero añorarte; pienso, en lo que ahora podría decirte; ¿sabes?... ¿No supe quererte? ¿No hice esfuerzos? pero, siendo como fue, fue mejor. No sabré nunca si tú me quisiste; yo sí te quise.

¡Hasta nunca! Atrás quedan nuestras vidas, nuestro extraño amor; mi sensación íntima es, que así, es mejor para los dos; me habrías destruido; adiós para siempre... ¡hoy solo soy un vacío!

Se ha quedado dormido sobre las hojas de su diario.
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Niebla de madera quemada.

Anda desorientado por la senda que le lleva hacia su destino. Rayos de sol iluminan un valle lleno de belleza primaveral. Allá en su interior, en el centro, una columna de humo impulsada por la brisa, se va depositando sobre el tejado de una cabaña. Es de madera y piedra cubierta de musgo. La majestuosa soledad de la casa, las prodigiosas piedras de sus muros, atraen misteriosa y amistosamente. Allí se dirige. Llama a la puerta con la palma de la mano.

-¡Voy! Enseguida te abro amigo Atho.

La sorpresa es mayúscula. Se pregunta: "¿Cómo sabe mi nombre la persona que habita en esta casa solitaria, en medio de este claro del bosque?"

Un hombre de una edad indescifrable, de cabellera y barba blanca, sonriente, le tiende la mano y le invita a entrar.
-Pasa, no temas, sé tu nombre desde hace mucho tiempo. También supe que, vendrías por estas fechas a este bosque sagrado. Soy el druida Aik; yo he provocado la niebla para encaminarte hasta aquí.

Se sientan al lado de una mesa de roble, sobre el tablero hay una hogaza de pan moreno y frutos del bosque. Ramas de leña seca arden en el hogar, y antes de desaparecer, cuentan íntimos secretos al fuego que las consume. Un chisporroteo de brasas se precipita sobre el suelo a los acordes de una melodía invisible, mágica y alegre. Un gato, al lado, hunde la cabeza entre sus partas delanteras y sigue con ojos medio entornados, todos y cada uno de los movimientos de los dos hombres.

-Debes saber, amigo, que nosotros los druidas, por designio de nuestras divinidades, somos preceptores de los jóvenes llamados a grandes empresas humanas. He sido elegido para darte un misterioso amuleto. Estarás obligado a emplearlo para cumplir tu objetivo existencial. Ankú, dios de la muerte, me entregó esta esmeralda, de la cual te valdrás para conseguir ese fin.

Mientras le hacía entrega de la piedra verde azulada, siguió:

-Llévala encima hasta que encuentres la persona que necesite de su magia. Esta piedra preciosa, es una de las siete que llevaba en su frente el bello Luzbel entes de ser precipitado en las tinieblas del Abismo. Sana a los enfermos mentales. Si es satisfactoria la acción que propongas, la persona sanará y estarás cerca de conocer tu destino. La piedra desaparecerá, e irá otra vez, a las manos de Ankú.

Antes de que le pida explicaciones sobre el asunto, Aik, abre la puerta y se marcha sin ruido, como una burbuja que arrastra la brisa, como una barca que conduce el viento.

Las sendas del bosque que roturan el paisaje, se disipan al recibir una lluvia torrencial. Aik, envuelto en esa lluvia, convertido en unicornio, desaparece en la espesura. Y la cabaña también. Piensa: "Debo huir una vez más, doblar el horizonte de los deseos y partir"

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Atho, entra en Barbastro, tras ser reconquistada, acompañando al rey Pedro I y a su hijo, el infante Pedro, casado con Sol, hija del Cid; al futuro rey sucesor, Alfonso; a los ricos hombres de las familias Aznárez, Garúz, Panzano, Dat, Sánchez y otros.

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Abracé el judaísmo en Bizancio, bajo la dinastía Isaúrica; me amputaron la memoria religiosa y la ataron a los sueños que nunca se recuerdan. Cien años antes, siendo cristiano, luché contra los árabes; Heraclio nos pagaba muy bien, con la moneda de oro de Bizancio, muy apreciada dentro y fuera del Imperio. Conseguimos rescatar la Vera Cruz; acorralamos a los persas, perseguimos a los búlgaros y sometimos a los eslavos; devolvimos la Cruz a Jerusalén. Corría el año 630. Ahora lucho al lado de mi señor el infante Pedro, como caballero de honor de su esposa Sol, la hija del Campeador.

Devora, miembro de una rica familia judía conversa de la ciudad del Vero, establecida desde la capitulación de Jerusalén tras la ocupación árabe, está embelesada oyendo al caballero que ha entrado triunfante en su querida ciudad.

-Atho, mi alma, mi mente, mi destino, mi voluntad, mis deseos ardientes se transforman, se acrecientan cuando estoy a tu lado; como el viento cuando acaricia los árboles de la orilla del río, de mi corazón surge una melodía distinta; cuando se reflejan los rayos del sol y de la luna en tus ojos, me producen la curación de ésta enfermedad que me consume; esta pasión carnal que me destroza.

Las personas ciegas de pasión, trémulas de sexo, excitadas por el pensamiento obsceno, violentas de carne, no pueden amar con verdadera libertad, decisión y valentía. Sin brújula, camina por el desierto de su vida, lleno de amores inútiles, amores condenados a muerte.

A orillas del río Vero que riega la fértil huerta de Barbastro, Atho y Devora, descansan; sus miradas se elevan hacia la parte alta de la ciudad, donde una peña gigantesca domina toda la vega y la muralla que circunda las viviendas. Dentro de su recinto el trajín es grande, el ejército aragonés y catalán, tras largo asedio ha tomado la plaza a la morisca. La mayor parte de los asediados habían perecido y los supervivientes fueron enviados a moros de Fraga y Lérida, de acuerdo con las condiciones del rey Pedro.

Es primavera, y la ciudad, ofrece un aspecto tranquilo, la población se recupera de los estragos de la batalla. Los judíos han ocupado sus puestos en el mercado y la actividad comercial es grande.
Atho y Devora han ido en procesión a la iglesia del Santo Sepulcro, situada junto al peñón del Entremuro; es día de la Santa Cruz de Mayo; olor a tomillo y tierra mojada; sombras de avellanos aterciopelan las laderas del río.

-¡Háblame de ti! Quiero saber de otros mundos. Mientras esto dice Devora, inclina su cabeza de melena negra cuervo, sobre el ancho hombro de Atho; entorna los párpados dispuesta a soñar con los relatos.

Nosotros, vivimos en llanuras sin fin, guiados por las estrellas, tratamos de encontrar senderos que nos conduzcan a la felicidad; escuchamos del viento y del silencio, las palabras que nos hunden en la verdad; somos Cazadores de Sueños. Hace muchos siglos, llegó el Viento que no tiene edad; robó las palabras de todos los seres del Universo y las enterró bajo el Tiempo, donde duermen para siempre los amores que nunca empezaron; nadie hablaba de amor; eran vulgares, descuidados y perecederos; aparecieron silencios distintos de la muerte; solo quedaron vivos los sueños.

-¿Y...?
-Otro día seguiré, vamos, te acompaño a casa, las sombras de los olivos se esconden bajo la tierra y es hora de regresar, debo presentarme a mi señor el Infante.

Cuando entraron por la puerta de Hierro, en la lejanía, entre el cielo derramado y el río de cristal, un inmenso terciopelo vegetal resplandecía sin cesar.

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Sus pensamientos quieren dibujar el cuerpo de Devora. Su caminar perpetuo hacia el Gran Secreto de su Destino, no debe interrumpirse, no debe escuchar la llamada de esta pasión, no debe perderse en la contemplación del amor de esa mujer. Ella lleva consigo una pasión de sexo duro y puro. Él perdería su juventud en las noches de amores prohibidos. Luego, desengaños largos, amarillos y rotos. Ella sabe amar bien, ama mal solo a quien no sabe amar con tórrida pasión. Piensa: "Mañana le haré entrega de la esmeralda; su enfermedad de sexo, es mental; la piedra mágica le hará recobrar el equilibrio entre el amor puro y el sexo. Si como espero sucede, podré seguir mi camino".

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La tarde forma siluetas de montaña bajo el sol que mueve nubes y hace brillar los trigos en ondas verdes, levantando olores a la tierra húmeda; los trinos de los pájaros hacen brotan colores brillantes a los líquenes y a la piel de las salamandras, suavidades de musgo. El sol empuja al atardecer; mitad sonido de lluvia, mitas rayo, es la voz de la arboleda que protege el río.

Esclavo de su destino, Atho guarda el amor desesperado fuera del tiempo, colgado de la tristeza del principio sin final. En la plaza del mercado está esperando Devora en la puerta de la tienda de su padre; es la hora de cerrar. Ve a Atho y corre alegre a su lado.

-Buenas tarde amor-, Le da un abrazo y un beso prolongado en la boca,. qué alegría, vamos a pasear por el camino de Santa Fe y me seguirás contando lo que ayer quedó sin concluir.

Cogidos de la mano inician el paseo hacia las huertas, cruzándose con los campesinos, que llevan sus hortalizas con destino al mercado de la mañana siguiente.

-Querida Devora: Amar es alterar lo Eterno, llenar de alegría el abismo de la indiferencia.

-De eso no sé nada. Solo sé, Atho, que te quiero como nunca pensé podría querer a nadie. Quiero que tomes posesión de mi cuerpo, quiero que tu cuerpo sea mío. Hagamos el amor ahora mismo, aquí, en esta senda, tras este cañaveral; no digas, no; te deseo tanto...

-Devora, en un país hubo una mujer joven y hermosa como tú. Ardiente, sin trabas morales, solo quería el amor de la carne, aquella hermosura dejó sus más ardientes pasiones en las refriegas eróticas y sexuales más retorcidas, sin sentir tras cada encuentro, libertad en su vida amorosa. Aquello, que al principio le pareció bello, cubrió su cuerpo de miseria. No pudo levantar el vuelo y se alejó arrastrándose por la vida como una culebra. Un día cuando despertó y abrió sus párpados, aquellos ojos verdes, no vieron el amanecer; estaba ciega; los dioses la castigaron por no haber envuelto el amor del cuerpo con el hechizo del amor misterioso del alma pura.

-No sé que hablas. Pero... ¿porqué no me quieres complacer?, ¿no te resulto atractiva?, ¿no te gustan mis pechos?, ¿tampoco mis caderas, ni mis piernas duras como la peña?

-Cuando el sexo duro y sórdido pone los pies en las personas, la bestialidad se apodera de todo el territorio del alma. El sexo tapa problemas de la mente y produce otros; el sexo sin amor, espejo mal pulido, nos devuelve la imagen deformada de la realidad amorosa, si no existe una paralela vitalidad espiritual pura.
-Devora, te voy a hacer entrega de una piedra esmeralda. Aprisionada entre tus manos sobre tu pecho, obrará un milagro.

Atho se aleja de Devora como las hojas muertas cuando caen de sus ramas. La última ráfaga del viento lo confunde con la lejanía. Unos músicos callejeros cantan y la brisa salta del campo a las calles de la ciudad. Devora harta de verlo todo solo, roto, regresa destrozada y cae en la cama. Mientras la tristeza vuela sobre el alma por la marcha de Atho, en su regazo, aprisionada la esmeralda extraña y hermosa. La piedra preciosa, al calor de sus pechos, dibuja un arco iris y desaparece entre estrellas de colores.

Atho sigue dormido sobre las hojas de su diario.

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