lunes, 10 de marzo de 2008

Clara y Maria: cuento de Pilar













Había una vez, no hace mucho tiempo, dos niñas – Clara y su prima María – que pasaban todos los años las vacaciones en casa de su abuela. Era una casa con jardín llena de rincones perdidos, emocionantes largos pasillos, y sombras donde las niñas encontraban sus propias fantasías. En la casa vivía también una mujer de cierta edad – Antonia - que ayudaba a la abuela en las tareas del hogar, y cuidaba de las dos niñas en ocasiones que estas se quedaban solas cuando la abuela tenía que salir. Era una mujer de mal carácter, regañona y pendenciera. Controlaba constantemente los pasos de las niñas, a las que vigilaba con exageración. Cuando la abuela salía, la mujer las encerraba en uno de los dormitorios, con el pretexto que sus juegos le impedían hacer la limpieza de la casa con tranquilidad. Clara y María se habían quejado a la abuela. Esta les dijo que tenían que ser obedientes y consideradas, no estorbando en su trabajo a la mujer, pero – le advirtió a Antonia – déjelas salir al jardín. Usted las acompañará"

Nada de esto cumplió la mujer. Cada día, cuando el coche que se llevaba a la abuela desaparecía al final del camino, Antonia llevaba las dos primas al dormitorio. Allí las dejaba cerrando la ventana y las puertas. No tenían posibilidad alguna de escapar, hasta que ella les abría la puerta con aire de no haber conseguido lo que había pretendido hacer. Oían el trajinar de su guardiana por toda la casa, el ruido de abrir armarios y cajones. Oían el correr de los muebles como si quisiera saber qué era lo que ocultaban detrás. Clara y María se pasaban el día juntas, echadas en la cama con un libro en las manos, demasiado asustadas para poder leer. Hasta sus muñecas parecían comprender con su silencio la situación. Pronto se aburrían y lo único que les quedaba era estar atentas a los ruidos de la casa. Habían ya intentado escapar de la habitación, pero sólo habían conseguido irritar a Antonia, que les amenazó:

- si lo hacéis de nuevo – les dijo – ateneros a las consecuencias. Yo soy aquí la que puede hacer y deshacer mientras no esté vuestra abuela. Y ella no se va a enterar. Pueden ocurrir cosas muy desagradables. ¿O no recordais lo que le pasó a vuestro gato por ser tan entrometido? ....

Las niñas sintieron mucho miedo. Cascabel había sido un gato juguetón y cariñoso, que no contaba con la simpatía de aquella mujer. Era muy travieso, y se metía en la despensa al olor del queso, el jamón, y demás atrayentes olores. En más de una ocasión había hecho los honores a un plato recién terminado de preparar. Ya había sido castigado con golpes por la sirvienta, que le cogió un odio mortal, hasta que un día apareció envenenado en un rincón del jardín. ¡Qué tristeza para Clara y María, perder el único compañero con quien jugar! La conclusión de todos en la casa fue que había probado del veneno dejado para los ratones en el cobertizo, pero las niñas nunca creyeron esta historia. Desde entonces no se atrevieron a enfrentarse con ella.

Así iba pasando el verano entre tardes desnudas de risas y juegos donde no existía la luz, hasta aquella mañana en la que todo empezó a ir mal. La abuela tuvo que marcharse muy temprano, y Antonia andaba muy nerviosa y de mal humor. ¡Pobre María!, se le volcó un vaso de leche y eso fue suficiente para que fueran castigadas las dos a no desayunar. De un empujón las llevó a su cuarto, con la advertencia de que estuvieran quietas y calladas si no querían que les pasara algo muy malo. Cerró con llave y se marchó. Antonia parecía impaciente, tanto que olvidó cerrar la ventana como en otras ocasiones. Esto lo aprovecharon las niñas para intentar una escapada cuando empezaron a sentir crecer el hambre. Cogidas de la mano salieron al jardín y fueron rodeando la casa. Había luz en el cuarto de la abuela. Se acercaron con miedo y mucho cuidado. Desde allí descubrieron el secreto del comportamiento de Antonia: había encontrado la caja donde la abuela guardaba sus joyas y el dinero. Después todo sucedió muy deprisa. Como si lo presentiera, la abuela regresó en esos momentos. Hubo gritos, amenazas, llantos. Acudió la policía, y después de oír el relato de Clara y María, se llevó a Antonia.

- Ya no teneis que temer, les dijo su abuela, mientras terminaban de cenar. He sido demasiado confiada con ella, pero no podeis negarme que es una excelente cocinera y que hemos de agradecerle el empeño que ha tenido en hacernos la cena para esta noche antes de marcharse.

En los ojos de las dos niñas se asomó el miedo. La imagen de su pobre gato envenedado hizo que empezaran a sentirse mal ...

Y colorín colorado este cuento aún no ha acabado.



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